En la comunidad cristiana del siglo I DC, según el evangelio de Lucas 2:44-47: 44 Todos los que habían creído estaban juntos y tenían todas las cosas en común; 45 vendían todas sus propiedades y sus bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno. 46 Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios y hallando favor con todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo salvos.
Dios nos creó para ser parte de su comunidad de fe, su pueblo y su iglesia. Jesús murió y resucitó para que podamos tener la oportunidad nuevamente de poder compartir esa fraternidad de amor. El Espíritu Santo nos fue dado para que fuésemos capacitados y cultivados como su Iglesia, una verdadera, dinámica y transformadora. Todo esto exige de nuestra parte una consagración no solo en asistir a una iglesia o tener un buen culto de adoración los domingos sino en ser capacitados para amar y servir a todas las personas dentro y fuera de ella. Tenemos que ser un modelo de fidelidad, obediencia, santidad y probidad. Hoy en día muchas personas que se consideran cristianos, no asisten a la iglesia porque han mirado y no les ha gustado lo que ven dentro de la iglesia. Les ha disgustado la conducta hipócrita de muchas personas en ella. Son piadosos y religiosos el domingo por la mañana, pero el resto de la semana se olvidan de su religión. Se requiere de una atmósfera cordial e informal, un lugar que demuestre reverencia a Dios, la integración de tradiciones significativas, predicación práctica y temática incluyendo otras características.
*Sacado del libro de George Barna ‘Haga crecer su iglesia de afuera hacia adentro’, 2002.
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